martes, 17 de abril de 2012

Lo profundo de lo incomprensible.

Me siento tan extraño, este lugar exhala neblina y una fría sensación de sueño. Paseo en una barcaza vieja de madera, que desplazo remando muy lentamente, parece un terreno inundado, algo que fue tierra firme alguna vez. Veo una casa vieja de madera que está inundada a la mitad, tiene enredaderas, manchas de fango oscuro y negro como si fuera petroleo crudo que la cubriese. El sol es demasiado tenue y es exagerado el montón de nubes, nubes grises que poseen el cielo; ya me siento degradado y hay algo aquí que es maligno, pero no sé que es, o quizás lo es todo. Insisto con lo del día: parece un eterno letargo de invierno, como si estuviese a punto de llover violentamente en pleno ocaso, pero es así siempre; esto no parece real, o quizás lo es. El supuesto río es completamente estático, no hay movimiento, ni ligeras turbulencias, pero sí únicamente las que genera mi canoa en donde me desplazo a encontrarme con mi más oscuro "yo" que es el umbral de los más bajos deseos, del erógeno movimiento de entidades malditas que habitan este pantanoso olvido. Este es el lugar en donde lloran las doncellas que querían masturbarse desmesuradamente y fornicar en vida, de aquellas que sentían soledad, amargura y tristeza por no saciar su vacío: de aquellas que se cortaron las venas, ingirieron veneno o se ahorcaron con una soga en las vigas de sus casas, pero más aún de estas que se amarraron las sogas en sus gargantas mientras sentían la respiración del demonio en sus oídos. Remo y remo buscando un espanto que me asuste, que me atormente, que me torture y a la vez que me provoque, que me existe, que me haga querellas con sus juegos sexuales; busco subcubos que me entretengan y me maltraten, pero todo esto lo hago inconscientemente, como si hubiese sido anestesiado y bajo hipnosis; siento al exacerbada adrenalina que me recorre todo, a pesar de una aparente calma y un aparente silencio que lo ensordece todo. Veo a mi padre a lo lejos y a un sacerdote católico anciano vestido de hábito negro acercarse a mí, entre la espesa niebla sobre otra canoa, se acercan demasiado lento, parece que quieren matarme el ensueño. Una mujer en el aire flota alrededor, se ve algo transparente como una medusa o una aguamala, trae un velo ligero como faldilla en su cintura y unos calzones ligeros y blancos que no cubren bien su erotizada vagina; ella se ve esbelta, delgada, hermosa, de senos firmes y deliciosos, pero sus ojos exhalan tristeza y un odio amargo y quiere vengarse de mí y atormentarme. Se acerca a nosotros pero su fin soy yo; me enseña obscena su cuerpo con los actos más sucios y exquisitos hasta domarme, luego trasforma sus ojos, solo sus ojos en los de un malvado engendro e irradian penumbra y el propio infierno satánico me lacera asquerosamente y quiero encontrarme en otro lugar, hallarme en otra circunstancia, pero no puedo dejar de doblegarme y esto ya no sabe a placer, es como estar hundido en mierda fétida, pero no por el olor, sino por repulsión. Mi padre y aquel cura oran un salmo y el Magníficat y parece surtir algo de efecto, pero lento y ligero, y el escenario mas la mujer se disipan, pero parte de mí no quiere que se desvanezcan y lloro por eso, porque se van, porque vuelven a ocultarse a lo profundo de mí, aunque voy abriendo los ojos y se alejan no se hasta cuando, aquellos recuerdos.

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